Monday, April 28, 2008

Etapas


...Y teneindo en cuenta que ella es como es de ofuscada y que está ahora como está de incompleta, su respuesta fué un sí, un sí somos especiales aunque ahora no toca ni serlo, ni pensar que lo vamos a ser para poder así seguir con nuestro destino. Y me dijo que ella cree en el destino y que algo le decía que yo iba a estar siempre, aunque sin saber cómo, con qué rol. Y eso es precioso, jodidamente triste para mí ahora, pero cosmológicamente precioso en la atemporalidad de nuestras vidas vibrantes.

Monday, April 21, 2008

Colgar desabrochada

Sus pies colgaban de la rama del árbol, donde su respiración asincopada trataba de calmar su corazón bombeante de emociones, clamante de interrogaciones. Tal vez sí, esté mejor ahí arriba después de correr hasta hacer sangrar al suelo con la inercia de sus pisadas. La huída turbadora no hacía más que gritarla que tenía que volver porque aquél era su sitio. La estancia desubicada, en cambio, le susurra al oído que aunque el sitio de vuelta fuera el mismo, no es un lugar lo que necesita el sentimiento para acicalarse el alma. Pero en aquella rama, sus pies por encima del suelo, incluso del cielo, balanceaban complejidades que no la soltaban por más que zarandease sus interrogantes contra el vacío de la existencia. Contra el vacío del no comprender nada.

Seguía respirando allí arriba, con sus cordones desabrochados, con sus lazos rotos de cuajo con la misma piedad con la que se le corta la cabeza a una circunstancia enamorada mientras se afilan los excesos de la implacable individualidad que un día hicieron que te enamorases de mí. Y yo lo único que aprendo, aquí arriba, en la rama con los cordones desabrochados, es que los excesos son malos.

Mientras, me dedicaré a respirar, pero sólo lo justo.

Friday, April 18, 2008

El Destino de Amelie


No puedo dejar de preguntarme ¿Y luego qué?
¿Que pasó con ellos, con los dos raros en apuros?
¿Cómo sería la segunda parte de Amelie?
¿Disfrutarían de las pequñas grandes cosas que les unen más allá del resto de las personas?
¿Harían su vida independientes, felices de saber que al llegar a casa podrán compartirla con la persona que les abraza por la noche?
¿Aprenderían a enseñarse mutuamente?
¿Seguirá disfrutando los 3 segundos que dura el meterle la nariz entre el pelo de su nuca, ó alguno de esos pequeños placeres que nadie parece sentir alrededor?
¿O se fué todo a la mierda?
¿Cuál sería el destino para una rara como Amelie?
¿Cuál es la segunda parte?

Wednesday, April 16, 2008

El naranja de la esquirla

Y recordar cuando era una caja de música de colores llena de sorpresas.
Sonar al metal apagado que ya no gira enredado en chirríos.
Tener el bote de aceite a tu alcance, hacerlo invisible y disfrutar de manera minimalista
de todo el óxido que te queda en la piel.

Y esque siempre te gustó el naranja.


Sunday, April 13, 2008

Las mañanas protocolarias

Siempre había un punto en la mañana insoportable, inflexible, intransigente en su cabeza. Y ese punto era a las 11'20. Desde hacía años, el anciano era madrugador. Pero no como todos los abuelos. Él siempre asoció la jubilación a un dulce sueño de vida y sábanas, de desayunos empalmados con comidas, de tardes en pijama. Y por qué no decirlo, de ella a su lado. Pero desde que se quedó solo la cosa cambió.

- Desde entonces siempre me despierto a la misma hora. Por las noches procuro apurar el sofá hasta que mi cuerpo pierde la noción de sí mismo para asegurarme de que no me quedaré la noche en vela pensando. Y siempre siempre, por las mañanas, esté la persiana subida o bajada, a las 9 menos 10 me despierto. Cuando parece que el nivel de sueño es menos profundo y que tengo consciencia involuntaria sobre mi situación, sobre la vida en la que aterrizaré cada mañana, me doy un susto, una sensación de vuelco al estómago y me desvelo a mí mismo.


Entonces procuraba seguir dormido, pero la situación de angustia le levantaba de la cama con un desagradable gesto de tozudez arisca, como si ya fuera su mujer y llevaran miles de años casados aguantándose. Entonces se calzaba sus zapatillas, pisadas por el talón y con una gran cantidad de pelotillas y pelusas que acariciaban sus pies cada vez que se las ponía. Eran azul oscuro con cuadros blancos, como las de todos los abuelos. Como aún tenía el cuerpo entumecido, tenía que estar un par de minutos mirando al horizonte de la pared de su habitacion sentado en el borde de la cama. Como la pared estaba a tan solo un metro, a veces giraba su nevada cabeza hacia la izquierda donde seguía su boli y su folio en blanco sobre el escritorio. Esta sensación de estancamiento le hizo levantarse definitivamente.

Como todas las mañanas bajó a por el pan, luego a por el periódico, y después se sentó en el banco del parque donde daba el claro de sol. Entonces hacía que miraba su periódico- cada día se compraba uno diferente porque odiaba las costumbres fijas- que intentaba involucrarse en la vida que allí se exponía, de integrarse en los asuntos del país y cuando ya se cansaba de intentar centrarse para leer en lugar de pasar los ojos por encima de los titulares una y otra vez sin entender el significado, decidía volver a su casa porque allí, en ese banco, tras media hora, ya no pintaba nada.

Todo esto siempre le hacía llegar a las 11 a casa, con cansancio, falsa ilusión de realización personal y sintiendo aún el sol en su cara. Se volvía a sentar en la silla de su escritorio escuchando el silencio frente a la ventana. Y tras 10 minutos la situación era insostenible. Insoportable. Inflexible. Algo que su corazón no transigía.

Tuesday, April 08, 2008

Las olas del boli

- "Pienso en un final feliz para una historia que ya nunca escribiré".

El anciano se quitó las gafas de ver de cerca y se sentó en la silla de la esquina mirando su folio en blanco. Se sentía solo, abominablemente solo, tal vez por eso ni se sentía y le dio por escribir otra vez, para recordarse que está ahi, para compartir lo que aún no sabe que lleva dentro pero que le recorre como una apisonadora el lado izquierdo de las costillas y no le deja respirar.

Esa mañana sus huesos tenían frío, le dolían como agujas candentes y se diferenciaba de otras mañanas porque después de tanto tiempo ella ya no estaba a su lado. Ni ella, ni toda su vida con ella. Tampoco tenía hijos ni nada que se le pareciera a un hogar. Porque un hogar, y lo sabía desde hace años, es aquel lugar, con o sin techo, en el que no tienes miedo de lo feo que es el mundo. Y que, cuando lo tienes, no pasa nada porque hay alguien para abrazarte y compartir contigo la ilusión de seguir adelante. Ahora le comía todo el alma, hasta su propio cuerpo sentía entumecido y disminuyendo a pasos agigantados, como si hubiera quitado el tapón de la bañera y su vida se vaciara por un agujero en remolino.

Se quedó seco, tiritando, con una arcada de pena, una náusea de sin rumbo, petrificado, porque no sabía hacer otra cosa ahora. Le hubiera gustado tener un jardín para ir a pasear y perderse entre sus flores, como en los libros. Pero vivía en un piso pequeño, un no-hogar que era lo único que le quedaba de golpe. Y hacía poquitos días se había dado cuente de que los libros, sobre los que siempre ha girado su forma de ser, no existen. Sólo son carencias de pasta dura.

Sus manos arrugadas, plenas de venas en 3 dimensiones con un sangre fluidamente apagada, amarraron el boli con fuerza. Con toda la poca fuerza que le quedaba. Se agarró a él como si fuera un salvavidas en medio de el océano. Y con el azul de las olas y la tristeza empezó a balancearse sobre el folio. Cerró lo ojos y siguió balanceándose hasta que perdió la noción del tiempo. Tanto la perdió que ahora no sabe si existe, existió o existirá alguna vez. Pero siempre le quedará el anestésico balanceo de su boli, lo único que sabe que en toda su vida ha dependido tan solo de él.