Monday, February 23, 2009

Media Luna de Oriente

Desde ese lado del césped ella admiraba sus movimientos. Llevaba horas mareando al sol con su tez pálida, expectante de una primavera que estallara en su cara, de una primera flor que saliera en llamas de la rama para iluminar su mente. Desde ese lado donde el sol se despide de la Plaza de Oriente, su espera dibujaba la forma humana en una acción concreta. Así fue como se enamoró de lo abstracto, justo de todo aquello que no podía ni tocar, ni expresar, ni explicar, de todo lo que no existe para ser amado.

Se enamoró de la posición de aquel cuerpo inexistente, flotando entre la masa uniforme, como fuera de tiempo, fuera de lugar. De su mirada infinita hacia el frente, hacia arriba. De cómo observaba la vida pasar. La chica del cesped empezó a sentir nostalgia de lo que nunca había vivido, como decía aquella película de princesas de saldo y esquina.

El tiempó se despidió, segundo tras segundo, en un trasiego incesante de minutos. El sol se cayó y del porrazo contra el universo que se dio, saltó la luna y salió disparada hacia arriba, en lo alto de la noche. Y ahí seguía ese algo inexistente que le embelesaba. Con perspectiva nocturna observó qué era lo que le llamaba la atención de ese extraño o extraña -extrañE- del que se había enamorado.

Las pinzas. Eran las pinzas plateadas con las que amarraba cualquier detalle, por pequeño que fuera, para no dejarlo escapar, para observarlo insulflando teorías propias a golpe de ideas, disfrutándolo con la expectación de lo irrepetible, del vibrar de la vida. Era utilizar ese artilugio de plata blanca como una varita mágica de hacer las cosas importantes. El hecho de acabar creyéndoselo hasta lo más profundo de su ser. Ese fué el destello inconfundible que despertó la atención de la chica del césped.

Las convicciones, la certeza, la creación, el fuego de su rebeldía. Esa era la causa que le llevó a ella a hacerse también con unas pinzas para observar al abstractE. Entonces la luna, fulminada de sueño, cayó al horizonte y del golpe que se dió la tierra, todo tembló, las pinzas se cayeron al césped de la Plaza de Oriente y su amor verdadero se perdió para siempre.

Friday, February 06, 2009

Collar ajustado de bolitas de horas bibliotecarias

Día interior. Biblioteca en Lavapies. Silencio sepulcral omitiendo los pensamientos y las canciones del subconsciente recurrente. Primer plano de 25 folios de densas letras de apuntes. Por las 2 caras. 5'30 de la tarde. Viernes desorientado, mucho. Chica con jersey de cuello alto color profundo Triki, el monstruo de las galletas. Acción.

Mirada raptada. Se la llevó el cristal en un descuido de iris abstraído entre los cielos azul con nubes de cachimba reflejados en los cetrinos cristales del Teatro Valle Inclán. Se restriegan los pompones de particulas de oxígeno e hidrógeno, se recrean por el mapa de su pared teatral, como intentando agarrarse. Parece que quieran ver la obra o tal vez solo quedarse cerquita de el paraguas con piernas de mujer ataconados entre rojas perspectivas. La absorta mirada apátrida se rinde ante los pies de todas esas palomas que sobrevuelan el paisaje, de marco a marco, el de esta ventana que aunque cerrada, me permite por un instante

r e s p i r a r .