Lo recordó entre las nubes, flotando, de camino al norte, cuando el Tacto reconoció a aquel Papel Arrugado en el bolsillo de su vestido. La médico le extendió esa receta hacía un mes. Tardó un par de minutos en escribirla en aquella consulta blanca. Ante su asombro todo el abecedario desfilaba entre los márgenes, salvando el conducto por el que se colaba la escurridiza firma de la profesional. A, b, c, d, e... La caligrafía patilarga de la doctora estiraba sus piernas de remedio, descarada.
- Tómese una de estas antes de dormir ó si nota que le duele un poco más de lo normal.
- Gracias. Y, dígame, si no se me pasa, ¿vuelvo a verla, doctora?
- Entonces sí, pero a no a mí: a Ella.
Un pitido de algodón le sacó de su recuerdo abstracto. Era la realidad pragmática del mundo haciéndose patente: se encendió la luz del indicativo del cinturón, para aterrizar; También se encendió la luz del sol del cielo, para que al estar a un palmo se vieran bien el color sano de los ojos.
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