
Tumbada boca arriba pienso en la distancia, que está muy lejos. Así que decidí girarme hacia mi derecha, de cara a la pared para que el gotelé me inspirase mapas de ingenio para hallar la fórmula mágica para no tener que pensar más en la distancia. Y aquello funcionó.
Despues de ver la forma de un cuello largo, de una cuchara de palo, de un horizonte, de un martillo, de un delfín persiguiendo a un lagarto (que posiblemente fuera de Formentera por el acento que tenía), llegué a la preciada alternativa para acabar con la distancia. Un manchurrón de gotelé fino y largo se incorporó de la pared. Me salió del alma preguntarle cómo era capaz de ponerse de pié en la pared, pero no me dejo acabar la frase. Del pegote fino y alargado se plegaron dos bracillos que se movían rápido para ponerse en jarras. De repente chilló con voz aguda y vacía de paciencia:
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¡Espaguetis!Visto y no visto volvió a la pared. ¡Claro! Me había revelado una verdad absoluta que despues de tantas noches de observar no era capaz de interpretar. Los espaguetis son la comida de la distancia. Se acoplan a la lejanía y te conectan con el punto que quieras del planeta, o la luna. Y efectivamente, si quedan 36 días para verte, y todos los días me tomo un plato de espaguetis, llegará un momento en el que la longitud de la pasta ingerida será la misma distancia que hay de aqui a donde estás tú. ¡El mismo día en el que nos veamos!
Increíble ¿verdad? Y ahora, voy a cocer la pasta. Que te echo mucho de menos...