Friday, July 31, 2009

Yonki salina


- Me quedan sólo dos días para conseguir la lejana dosis necesaria antes de que me atrape la vida laboral - espetó su angustia por Ella.

Porque el mar nunca es suficiente se acaba de volver una yonki salina. Ella tenía una vida de verano metropolitano normal: asfalto caliente que te hace patinar en los pasos de cebra, adoquín sucio y mares pretendidos llamados piscinas.

El mar era la excepción a la regla. El mar era puntual. El punto y aparte.

Sin embargo, no se sabe qué clase de componente químico tenía la sal de Cadaqués que, un día cualquiera, despertó del ser dormido un mecanismo de insatisfacción marina bestial. El sujeto, atado por la soga de los kilómetros y la cuenta atrás, presenta trances subacuáticos de difícil solución: constantemente se pasa la lengua por los labios sosos en su poco fructífera búsqueda de sal; su ombligo en la ducha suspira -como una ballena invertida- por volver a ser una desalinizadora al sol ubicada sobre el pareo; su tacto trata de averiguar a dónde fueron todas esas gotitas competidoras de carreras al salir del mar que se daban codazos sobre su piel, kamikazes contra la arena; y lo más grave de todo: el sujeto, en honor a las gafas de bucear, ha creado un mecanismo de defensa que le impide respirar por la nariz y es por todos sabido que la ciudad a veces es un lugar no tan libre donde te acaban/acabas tapando la boca... por eso, siente que se ahoga por segundos.

En la metrópoli creen que la única terapia a lo natural es lo artificial. Por eso crearon las piscinas. Una piscina es un "mar pretendido": agua cautiva en una cárcel de adoquín disfrazado de cielo a la que sedan con grandes dosis de cloro. Ese es su truco, el cloro, pues saben que si el agua tuviera sal estaría llena de vida y sería imposible retenerla de manera pretendida porque el mar no se pretende, simple y ferozmente, ES.

3 comments:

fnet said...

odio las piscinas. huelen mal.

Carmen said...

yo tenía un bikini de cerezas cuando era chica y un flotador con la cabeza de un pato, espectaculares. a mí me gustaba sentarme en el cesped y que mi hermana me echara crema. bueno, la verdad es que entonces no me gustaba mucho. me gusta esa imagen ahora, cuando la recuerdo. y el olor a cloro en los hombros, en las manos... y comerme un bocadillo cuando el socorrista pitaba para avisar que cerraban.

El verano huele a piscina a las 8 de la tarde desde entonces.

claradriel said...

Muchos besos para ti, desde la brisa salina del mar, que, seguro, tus ojos vuelven a recomponer con una tonalidad diferente y excepcional.